martes, 19 de enero de 2016

Hablemos de patoterismo


Unos pocos años atrás los argentinos vimos cómo se cortaban rutas, cómo se revisaba la carga de los camiones que circulaban, cómo murió un paciente que era trasladado por una ambulancia a la que se le impidió circular, pero claro, la patotera es Milagro Sala…
Aquellos pesados no fueron vistos como apretadores por la cadena nacional de la gente linda. Eran “productores”, sufridos labriegos de la patria que no hacían otra cosa que impedir la libre circulación por la rutas para manifestar su desacuerdo con la resolución 125 ideada por el actual embajador en los Estados Unidos, Martín Losteau. En la foto que ilustra el post vemos a Hugo Biolcatti, por entonces presidente de la Sociedad Rural Argentina, reclamando de manera bastante destemplada en la legislatura bonaerense, cuando en 2012 se decidió subirle apenitas los impuestos al sector agropecuario.
Hay una fracción de los argentinos que avala el apriete de los de arriba y es feroz con aquellos de abajo que reclaman. A los potentados se les permite todo, pero a los pobres se les exige el estricto cumplimiento de todas las normativas. El chacarero que protesta tiene derecho, el pobre está condenado a apretar los dientes. Es la misma Argentina que en estos días se hace la boluda ante el nombramiento de jueces de la corte suprema por decreto y la modificación de leyes, también por decretos de “necesidad y urgencia”. Son los estertores del “algo habrán hecho”, “los nietos del “con los militares estábamos mejor”. Son los que le exigen cumplimiento estricto de la Constitución al peronismo pero tienen un ancho de banda para comprender las excepciones cuando gobiernan los mercados que ni te cuento.
La justificación que exhiben del accionar del macrismo, al filo de legalidad democrática es la misma con la que sus abuelos apañaron el golpismo de antaño: la idea es que las medidas excepcionales son la condición necesaria para generar las bases de una democracia como la gente, sea un golpe de estado, sea gobernar por decreto. Todo esto tiene un nombre y es hegemonía, hegemonía político-ideológica de las clases dominantes que convence a una porción de la clase media y los sectores asalariados de que su proyecto es el único que puede garantizarles porvenir.
No hay batalla cultural que tenga sentido si no se despliega en ese territorio.

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