Tiene mucho jugo este párrafo de la nota que hoy publica Jorge Fernández Díaz en La Nacion:
"Massa se encuentra, por ahora, al tope de las encuestas en la provincia de Buenos Aires, y su lema es "no estamos en Bagdad ni en Disneylandia". La mitad de la gente que lo votaría, según muestran esos sondeos, está conforme con muchas cosas del kirchnerismo y la otra mitad está abiertamente en contra. Pero ambas parecen buscar a alguien que no destruya todo, que no sea pendular, y que, por lo contrario, edifique un nuevo progreso sobre lo ya conquistado. Que los saque además del encono y la división. Que les permita volver a comer un asado con el cuñado que durante estos diez años estuvo en la otra orilla y que ha dejado de hablarles."
"Massa se encuentra, por ahora, al tope de las encuestas en la provincia de Buenos Aires, y su lema es "no estamos en Bagdad ni en Disneylandia". La mitad de la gente que lo votaría, según muestran esos sondeos, está conforme con muchas cosas del kirchnerismo y la otra mitad está abiertamente en contra. Pero ambas parecen buscar a alguien que no destruya todo, que no sea pendular, y que, por lo contrario, edifique un nuevo progreso sobre lo ya conquistado. Que los saque además del encono y la división. Que les permita volver a comer un asado con el cuñado que durante estos diez años estuvo en la otra orilla y que ha dejado de hablarles."
Lo destaco porque asombra que Fernández Díaz, sin duda uno de los más lúcidos pensadores de la oposición neoliberal, caiga en el razonamiento tan trillado de que urge salir del "encono y la división". Pensaba en lo profundo que hundió su aguijón ideológico Francis Fukuyama. Hay una parte de la sociedad argentina que no ha logrado salir de esa cárcel noventista y que termina confundiendo repolitización con división. La sociedad argentina recuperó dosis importantes de política pero más interesante y rico que eso es el hecho de que recuperó al oficialista, ese sujeto arrasado por la Libertadora y las sucesivas dictaduras y proscripciones. Es la recuperación del sujeto oficialista la causa de las discusiones con el cuñado, no consecuencia de un veneno social esparcido desde Casa Rosada para dividir a los argentinos. Han vuelto las discusiones porque hay mucha gente que apoya al gobierno, no como pasaba en tiempos de Alfonsín, Menem y De La Rúa que a poco de andar nadie se hacía cargo de los votos que los habían entronizado.
Y lo que está por develarse con la irrupción de Sergio Massa es si efectivamente el FR encarna una nueva fase en el desarrollo de la política y básicamente si ésta puede seguir teniendo los grados de autonomía de que ha dispuesto en los últimos 10 años, o si es inexorable la rendición incondicional para que todo vuelva a esa "normalidad" prekirchnerista por la que tanto parecieran bregar pensadores como Jorge Fernández Díaz.
Porque lo que está en discusión es eso, no nos confundamos. Massa debe demostrar si está dispuesto a enarbolar un proyecto autónomo como el kirchnerista o si finalmente va a terminar arreglando con Clarín, la Mesa de Enlace y los grupos económicos.
Pero hay otro elemento y es que la sociedad argentina hoy no es la misma que la de 10 o 15 años atrás. Esa abulia que la caracterizó ha sido quebrada, y si bien es cierto que hay sectores que abogan incansablemente por el retorno a ese país de los noventa, también hay otros que con diversos grados de compromiso defienden los cambios que se han registrado, cambios que no sólo se refieren a medidas concretas sino a una serie de valores y postulados políticos.
Entre los aportes importantes del kirchnerismo a la política argentina está el de haber puesto en palabras y en discurso oficial muchas ideas y broncas que antes se rumiaban en pequeños grupos y por lo bajo. El kirchnerismo le dio cause a esa bronca del ciudadano de a pie que ve cómo los de arriba siempre se las ingenian para salirse con la suya; el kirchnerismo demostró que se pueden introducir cambios troncales en la vida cotidiana, el kirchnerismo abrió las plazas para que la bronca por una justicia clasista sea puesta en cuestión. Todo eso elevó el piso del sentido común político del argentino y está por verse si esta sociedad que experimentó esos avances estará dispuesta a una vuelta a ese país de cierta concordancia que desde algunos discursos se nos quiere vender.
La sociedad argentina no está dividida artificialmente por Cristina para controlarla mejor. Está discutiendo todo lo que hay que discutir porque logró salir del corralito mental que le levantaron desde el "felices pascuas" de 1987 y fueron fortaleciendo con el paso de los años hasta el 2001. Convencieron a la mayoría que no había posibilidad de cambio, que lo único que se podía hacer era salvarse en la personal porque lo colectivo se había esfumado. Hasta entonce inyectaron dosis de Fukuyama al por mayor para solidificar el convencimiento de que hasta aquí habíamos llegado y que el cambio había fenecido como concepto, como camino, como sentido de la vida, hasta que Néstor Kirchner vino a decirnos "Cambio es el nombre del futuro" y sobre la hora logramos salir de esa trampa y darnos un gobierno que pusiera volumen político e institucional para realizar transformaciones que virtualmente habíamos abandonado por creerlas impracticables. Los efectos de este accionar gubernamental fueron riquísimos para la experiencia kirchnerista y demoledores para los que se encerraron en el dogma pétreo del fin de la historia.
La esposa de Mario Benedetti dijo por aquellos años "qué se va a terminar a historia, a lo sumo se acabó el primer tomo" y vaya si tenía razón. Hoy, la discusión argentina pasa por ahí, con el agregado de que el retorno del oficialista ha hecho estragos en esa idea de sociedad armónica y mansa que quisieron edificar.
Pretendieron instalar el modelo de Fahrenheit 451, esa sociedad adormecida donde por las noches la pantalla de TV le marca qué pensar, qué sentir y qué soñar, pero no lo lograron, por poco logramos despertarnos.
La disyuntiva actual es si seguimos despiertos o si nos duermen nuevamente.