Escribe Guillermo Cichello
Fútbol. Éramos un grupo más o menos grande de
pibes, amigos del barrio y compañeros de colegio, que nos juntábamos los
sábados a jugar al fútbol. Salvo la continuidad, no había nada formal en esos
encuentros: ni réferi ni equipos estables ni camisetas. Los equipos variaban
sábado a sábado, de acuerdo a los presentes o al azar o la astucia de quienes
elegían a los jugadores. De modo que para solucionar tanta variabilidad y para tener
una visión clara del juego –consecuencia
primaria de identificar en la ocasión a los compañeros y a los rivales-
apelábamos al recurso simple y conocidísimo pero eficaz de acordar que un
equipo jugara con la camiseta puesta y el otro no. Esta sencilla disposición (“cuero-camiseta”)
nos permitía, a un primer vistazo, reconocer a los nuestros, no entregarle –por
confusión- la pelota a los rivales, situarnos correctamente en la cancha, en fin: establecía un orden muy
elemental a partir del cual el juego podía desarrollarse. Esto parece una
obviedad, una perogrullada, pero es vital: para sostener cualquier aspiración de
triunfo debemos saber para qué equipo jugamos y contra quiénes, cuáles son
nuestros intereses y nuestros compañeros, qué nos conviene o nos perjudica, para
dónde patear. De ahí a ganar hay un trecho, pero se carece de toda posibilidad
si no se establece esta primordial identificación de los grupos. Si advirtiéramos
que el que nos aconseja no marcar al número 9, no desplegar a la ofensiva a los
marcadores de punta o dejar en el banco a nuestro mejor hombre, es el
entrenador del equipo contrario… -bueno- a ese le diríamos, a lo Roberto Arlt:
rajá, turrito, rajá ¿o te pensás que soy un otario?
La
125. Las consecuencias a priori impensadas del conflicto “del
campo” fueron vastísimas, pero considero la más decisiva la delimitación clara
de los intereses en juego y de los sujetos de carne y hueso que los expresaban.
Así, a medida que progresaba el conflicto se fueron revelando sus caras, sus
deseos, su programa ideológico, su modelo de país. El “campo” –ese significante
tan vago y encubridor- se fue desenmascarando y subió a escena con su verdadero
rostro: el de la representación de las potentes corporaciones exportadoras de
granos que luchaban por imponer el tipo tradicional de país agrícola que ocupa
su puesto en la división mundial del trabajo como productor de materias primas.
Con tanta brutalidad llevaron adelante medidas de fuerza, con tan torpe
vehemencia defendieron sus intereses, que los hicieron evidentes. De ese modo
perdieron. Victoria pírrica es una expresión que se usa para designar aquella
que se logra a costa de una pérdida inmensa. Así ganaron las patronales agro-exportadoras
cuando lograron trabar la sanción de la ley que gravaba la renta agraria. Pero
perdieron porque se hicieron visibles como representantes de su propio interés,
quedando ligados sus enunciados a un particular lugar de enunciación: el de la
Sociedad Rural, los poderosos y transnacionales pooles de siembra, la aristocracia con olor a bosta de vaca –como
decía Sarmiento-. Ese conflicto que se ganó cuando se perdía, fue seguido
dramáticamente por la mayoría de la población, y volcó a un importante sector
hacia la participación y a la militancia política. Su mérito fue develar
intereses, establecer alianzas, evidenciar deseos contrapuestos.
Cuero-camiseta.
Maniqueo. Un tópico usual de las buenas conciencias
argentinas es aborrecer las divisiones maniqueas. Se considera de muy buen tono
maldecir las postulaciones binarias, las dicotomías, el mundo blanco o negro.
Ni que hablar que alguien diga que fulano es un enemigo político. Eso es
tremendo. El que habla en esos términos rudos directamente es un dictador, un
mesiánico, un fundamentalista. Resulta que no hay enemigos políticos. Cuando un
conflicto progresa hasta el punto exacto en que pueden reconocerse los
intereses en pugna, los que pretenden mantener el statu quo apelan santamente a la paz, al diálogo que se mantiene en
los “países serios” –un lugar que no tiene otra localización que no sea la fantasía
idealizada de quienes lo postulan- y al expediente de disimular sus
pretensiones, diluyéndolas en generalidades, confundiéndolas con totalidades. De
esa manera se habló de “el campo”, como se habla de “el país” o de “la prensa”
o de “la gente”, como se vitupera a “la política” o a “los políticos”. La
función retórica que tienen semejantes abstracciones es la mistificación de sus
reales posiciones desiderativas, de ahí que les sea altamente conveniente
descalificar el supuesto maniqueísmo. “Caballeros ¡por favor!” –dice uno de
ellos-, “que el mundo no es un campo de batalla…”. Su triunfo es disimular su
dominación. Si no hay enemigos políticos, si todo el mundo tira para el mismo lado, ahí es cuando viene el
entrenador del equipo contrario a aconsejarnos que dejemos en el banco a
nuestro mejor jugador, etc. Ahí es cuando viene Robert Zoellick -el presidente del
Banco Mundial- a decir que es “un error” y un “un síntoma que vamos a tener que
vigilar” que los países opten “por políticas nacionales, autárquicas”. Ese es
el momento en que sale a escena el
comisario europeo de comercio, el belga Karel De Gucht a decir que “este es
exactamente el tipo de medidas que tiene que evitarse”. Este, el instante en que entra a los
empellones Mario Vargas Llosa a maldecir
el “patrioterismo nacionalista”. Lejos de la falsa armonía, si no reconocemos en
qué equipo juegan estos fulanos, para nosotros es un caos o el directo desastre.
Cuero-camiseta, otra vez, en cambio, un principio de orden.
YPF. Tras
la expropiación de las acciones pertenecientes a Repsol en la empresa YPF., -de
eso hablaba el bueno de Zoellick el 18 de abril último al abrir la asamblea
semestral del Banco Mundial- una de las mistificaciones que por estos días nos asolan
es que la Argentina le ha cerrado las puertas al mundo. “El mundo ha hecho saber públicamente, con menor o con
mayor intensidad, su rechazo a la expropiación de YPF” (Joaquín Morales Solá), “la
expropiación nos endeuda y nos aleja del mundo” (Mauricio Macri), “la
confiscación de Repsol-YPF ha lesionado gravemente la credibilidad argentina
frente al mundo” (Mariano Grondona), “Argentina tiene un problema de conducta
en su relacionamiento con el resto del mundo que ha ido agravándose en los
últimos años” (Emilio Cárdenas), “la decisión tomada por el gobierno somete a
la Argentina a un escenario de cuestionamiento general (…) Los argentinos deben
entender que hace años que generamos desconfianza. Todo esto genera una imagen
de la Argentina complejísima" (Alberto Fernández), “el gobierno argentino
ha quebrado la confianza de la comunidad internacional” (José Manuel
García-Margallo y Marfil), “las políticas basadas en el nacionalismo,
expropiación o el estatismo son tan dañinos porque alejan a las inversiones”
(Felipe Calderón). Cito algunos, entre tantos dolorosamente ofendidos por la
decisión estatal sobre YPF.
La
pregunta que puede ordenar el campo de juego es si esa supuesta totalidad, si
ese “mundo” es el nuestro. Las respuestas provienen de la determinación de los
intereses que motivan, que nutren los enunciados, del lugar que no es general,
sino muy particular desde el que enuncian. A poco que se repare que José Manuel
García-Margallo y Marfil es el ministro de Asuntos Exteriores y de Cooperación
del gobierno español, que Alberto Fernández es consultor externo de Repsol, que
Emilio Cárdenas fundó un estudio de abogados que asesoraba a las empresas
extranjeras en materia de transacciones comerciales internacionales, petróleo y
gas y que fue funcionario del gobierno argentino que impulsó la privatización
de YPF., que Joaquín Morales Solá percibe de Repsol una importante suma como
pauta publicitaria de su programa, que Felipe Calderón es el presidente de
México, cuya empresa petrolera PEMEX es socia de Repsol y que las declaraciones
citadas las realizó en la sexta edición de la Cátedra Kissinger de la
Biblioteca del Congreso de los Estados
Unidos de Norteamérica, que Mariano Grondona… bueno, es Mariano Grondona…, a
poco que se repare –decía- desde qué lugar enuncian, se deduce cuál es su mundo, qué cosas son exitosas para
ellos y ante qué otras se escandalizan.
Sería
ingenuo pedirles que no sostuvieran esas posiciones, que no hicieran lo que
está a su alcance por imponerlas, tanto como esperar que el equipo contrario
nos hiciera el favor de no patear muy fuerte los penales. Pero sería desastroso
que los confundiéramos con los nuestros, que nos engañáramos creyéndolos buenos
consejeros, que desconociéramos que nosotros jugamos en cuero y ellos con
camiseta.
1 comentario:
¡ Muy bueno el artículo !
De todas formas, me parece necesario pensar una estrategia para desactivar la bomba del "maniqueismo". Estos tipos son muy hábiles para disfrazar de "consenso" su dominación, y de "tradición" y "estabilidad jurídica" su defensa del status quo expoliador. Tratar de convencer a "la gente" de que "el conflicto (contra ellos) es bueno" no me parece muy efectivo. Lo que nos está ayudando, es desenmascararlos cuando quedan en offside o meten goles con la mano
Mariano
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