Escribe Sebastián Etchemendy, Director de la Maestría en Ciencia Política, Universidad Torcuato
Di Tella.
Allá por 2002 tanto desde sectores de la opinión pública como desde buena parte de
las ciencias sociales, el diagnóstico era claro: la política de las clases populares en el
presente y hacia el futuro, ya no pasaba más por el sindicalismo peronista tradicional, sino
por los movimientos sociales, de desocupados y la miríada de grupos más o menos
organizados que salieron a la calle en el ocaso del neoliberalismo. La fragmentación de las
clase trabajadora entre el desempleo y los contratos precarios en los años 90, la
subordinación del sindicalismo hegemónico durante el gobierno de Menem y la
conflictividad social creciente encarnada por el movimiento piquetero parecían abonar la
tesis de la desaparición del sindicalismo como factor de poder popular. Fascinados por la
repentina irrupción de actores territoriales nuevos, muchos de los cuales eran movilizados
por la izquierda no peronista y hablaban su mismo lenguaje—aquel que teorizaba el nuevo
rol de las “multitudes”, el “contrapoder”, la “autonomía” y relegaba la lucha y alianzas por
el control del gobierno—muchos intelectuales, más o menos explícitamente, confinaron al
movimiento sindical a los arcones de la historia. De un lado u otro, los conceptos de moda
eran las nuevas “politcidades” de raíz local, las “identidades sociales fragmentadas” y el
“clientelismo.” La política estaba en el territorio.
Tan solo ocho años más tarde el paisaje del mundo del trabajo no puede ser más
diferente. Si bien los movimientos territoriales piqueteros llegaron para quedarse—
tributarios de una sociedad que el neoliberalismo cambió paran siempre— desde hace
varios años el conflicto sindical reemplazó al conflicto social como expresión clave de las
clases trabajadoras. Opositores y kirchneristas concuerdan en que la alianza entre el
gobierno y el liderazgo de la CGT es el principal ordenador de la coalición de gobierno
inaugurada en 2003. En un hecho impensable hace una década, en Octubre pasado una
movilización sindical colmó el estadio de River con 70,000 asistentes y el Secretario
General de la CGT Hugo Moyano mantuvo una suerte de cabildo abierto con la Presidenta.
La CTA, la organización sindical de nuevo cuño ligada a los movimientos sociales que para 2
muchos estaba llamada encarnar la nueva época, está en crisis y tiene problemas enormes
tanto para contener a los movimientos territoriales, como para penetrar el sector privado.
Los medios hegemónicos que consumen principalmente las clases medias y altas no se
cansan de hablar de la amenaza del poder sindical. Causas judiciales supuestas o reales
contra sindicalistas originan amenazas de movilización y paros que ponen en vilo al país.
Más aun, entre los gobiernos que encarnan el giro a la izquierda desde el 2000 a la fecha en
América Latina, sólo en el kirchnerismo el actor sindical ocupa un lugar tan central. En
Brasil y Uruguay, los dos casos entre los nuevos gobiernos progresistas cuyo sindicalismo
es parte relevante del oficialismo, su protagonismo, sin embargo, empalidece cuando se lo
compara con el rol del movimiento sindical argentino. El sindicalismo peronista, el viejo
gigante de posguerra, está de vuelta.
El Retorno del Gigante
Cabe preguntarse qué factores llevaron a intelectuales y analistas a decretar la
muerte prematura del sindicalismo tradicional. Es claro que dos de los elementos clave que
contribuyeron a generar el movimiento sindical más fuerte de posguerra en América
Latina—un mercado de trabajo cercano al pleno empleo, y rol del sindicalismo como
interlocutor político ante la proscripción del partido peronista—fueron socavados por la
democratización y la liberalización económica.
1
Así, la apertura, la desindustrialización y
las privatizaciones diezmaron sectores que habían sido bastiones del poder sindical. El
sindicalismo tradicional perdió afiliados y recursos económicos. Por otro lado, la
consolidación del juego democrático desde 1983 otorgó cada vez más poder a los
intendentes y políticos territoriales peronistas. El análisis del politólogo Steven Levitsky de
cómo la facción renovadora arrancó el poder a los sindicatos en el seno del PJ durante los
años 80 es ya un clásico.
2
Sin embrago, pocos observaron que, aun en la tormenta, y de la
mano de su rol subordinado pero tangible en la coalición menemista, el sindicalismo
peronista logró salvaguardar recursos institucionales que también habían sido centrales para
construir el poder de posguerra, a saber, la negociación colectiva centralizada, la
prohibición del sindicato de empresa, el control de las obras sociales, y la renovación
1
Ver Juan Carlos Torre, El Gigante Invertebrado, SXXI, 2004.
2
Steven Levitsky, Las Transformaciones del Justicialismo, SXXI, 2005. 3
automática de viejos convenios colectivos pre-reforma que otorgan a las organizaciones
importantes ventajas. Estos institutos, una vez reactivado el mercado de trabajo, podrían ser
utilizados para una nueva ofensiva.
Finalmente, muchos soslayaron aquello que dejara en evidencia la socióloga
Berverly Silver
3
: desde la consolidación global del capitalismo a principios del siglo XX,
la conflictividad sindical en el mundo no ha ido de mayor a menor como sugieren las tesis
de la “aristocracia obrera” que explican la moderación de los sindicatos europeos . Más
bien, el conflicto sindical se ha movido sectorial y geográficamente al compás de los
períodos de acumulación y desarrollo capitalista tanto en los países centrales como en la
periferia. En otras palabras, el conflicto sindical muta y cambia de protagonistas en países y
sectores, se institucionaliza más o menos según los casos, pero es inescindible de la
tendencia irrefrenable a la mercantilización del trabajador que está en la naturaleza misma
de la sociedad capitalista.
Los logros del Modelo Sindical Argentino: Una Excepción entre los Países Emergentes
Así, en el marco de una alianza con el gobierno kirchnerista y con nuevos sectores
como vanguardia, el sindicalismo peronista recobró el protagonismo perdido. Un gobierno
amigo respaldó vía decreto la reapertura de las negociaciones colectivas, toleró y avaló el
conflicto laboral (especialmente hasta 2007) retaceando el uso de la conciliación
obligatoria, otorgó una ley laboral que terminó con los contratos basura y priorizó la
negociación sectorial por rama, consolidó el control sindical de las obras sociales, y, más
importante, impulsó una política económica expansiva que promovió el empleo y la
reindustrialización en determinados sectores. No obstante, como sugiere el argumento de
Silver recién mencionado, los sectores de vanguardia han mutado y ya no son los mismos
que bajo el modelo semi-cerrado de posguerra. Si antes dominaban paradigmáticamente el
sindicato metalúrgico UOM y los sindicatos de las grandes empresas del estado, en la etapa
posliberal otras son las organizaciones líderes en cuanto a movilización o relevancia: los
sindicatos del transporte, especialmente los camioneros, beneficiados por el auge en el
comercio de commodities; sectores de renovado protagonismo en una economía abierta
como ser alimentación, petroleros privados, automotrices y pesca; los grandes sindicatos de
3
Beverly Silver, Forces of Labor, Cambridge University Press 2003. 4
servicios como comercio; y finalmente los estatales mejor protegidos del ajuste en los años
90, como ser UPCN y los sindicatos docentes.
Pare decirlo sumariamente, el nuevo auge sindical tuvo dos consecuencias tangibles:
mejoras notorias en las condiciones laborales y sociales de amplios sectores de la población
trabajadora, y el retorno de viejos vicios en el comportamiento de sectores del movimiento
obrero. En cuanto a lo primero, el grado de desarrollo, virtualidad, y beneficios que otorga
a los trabajadores el modelo sindical argentino tiene poca comparación en el resto de
América Latina, y probablemente en el total de los países emergentes. Los números son
elocuentes. En la Argentina, según datos de 2009, la negociación colectiva cubre al 80% de
los trabajadores registrados, algo así como el 50% de los asalariados. En México, ese
número entre los asalariados llega al 17% y en Chile a un magro 5,6%. Sólo Brasil tiene un
nivel de cobertura comparable de los acuerdos colectivos en la clase trabajadora. Con la
siguiente salvedad: en Brasil, Chile y México casi la totalidad de trabajadores
convencionados lo está bajo acuerdos de ámbito local, municipal o de empresa, mientras
que en Argentina la gran mayoría está cubierta por convenios de actividad que tienden a
atenuar la dispersión salarial y a aumentar los básicos generales, es decir, los ingresos de
los trabajadores menos pudientes. Desde 2003 hasta aquí la cantidad de convenios firmados
en Argentina, en los que los sindicatos casi siempre negociaron mejoras en salarios y
condiciones de trabajo, aumentó alrededor de un 450%. En el gobierno pro-sindical de Lula
la cantidad de convenios aumentó un 50% hasta 2009. En Chile la cantidad de convenios
colectivos desde 2002 aumentó sólo un 5%, en México disminuyó.
4
Más en general la negociación colectiva y el modelo sindical implican ventajas
importantes para los trabajadores argentinos. Los beneficios que otorga la obra social de
Osecac para un trabajador que gana poco más de 500 dólares en un Wallmart en Argentina
serían difíciles de concebir en trabajadores con un salario similar en Chile, Brasil o México.
Por supuesto la mayoría de estos beneficios llegan más al sector formal de la economía.
Pero no es un sector menor, la idea de que el modelo sindical argentino solo privilegia a
trabajadores formales de altos ingresos relativos es un mito de la derecha. Si uno toma el
4
Datos oficiales de cada país recabados en el marco del proyecto “El Resurgimiento Sindical en Argentina”,
Departamento de Ciencia Política y Estudios Internacionales, Universidad Torcuato Di Tella. 5
llamado salario conformado de convenio (básico mas pagos adicionales),
5
por ejemplo, en
el sector textil aumentó un 700% entre 2003 y 2009, un 387% en el sector docente, 560%
en el sector de la construcción y 421% en caso de los metalúrgicos.
6
La inflación en el
mismo período (medida desde 2007 por un promedio de los índices provinciales) creció un
200%. Es difícil pensar que trabajadores textiles, metalúrgicos, docentes y albañiles,
quienes recuperaron claramente su poder adquisitivo, constituyan sectores de privilegio.
Viejos Vicios
La contraparte de este fenomenal aumento en cobertura y beneficios ha sido cierta
intensificación de viejas prácticas nocivas en algunos sindicatos: la malversación de fondos,
y las disputas violentas por el liderazgo interno y por el encuadramiento de los trabajadores.
Es cierto que los medios hegemónicos tienden a resaltar estos rasgos y a ignorar los logros
del modelo en cuanto a beneficios sociales, y que muchos sectores del establishment que
vituperan el modelo sindical argentino no quieren sindicalismo alguno, o ni siquiera
aceptan delegados sindicales en sus propias empresas. Sin embargo, modos poco claros en
el manejo de recursos de las obras sociales y disputas violentas han salido a la luz en los
últimos años, ya se trate del asesinato de dirigentes en un puñado de casos, como de la
patota de la Unión Ferroviaria que asesinó al militante Mariano Ferreyra.
Los problemas recién mencionados tienen una primera raíz clara: el aumento
masivo en los recursos que comenzaron a manejar los sindicatos después de 2003 merced a
las cuotas sindicales, los aportes “solidarios” en cada negociación colectiva y el aumento
del empleo en blanco y por consiguiente de las cargas sociales que los sindicalistas
manejan. Este crecimiento simplemente hace que el control de determinadas federaciones o
seccionales y hasta sindicatos menores signifique recursos antes impensados. Así, el
dominio del sindicato de ladrilleros, del personal de maestranza o el encuadramiento de
unos cuantos trabajadores nuevos puede llegar a originar choques violentos. Es preciso
5
Ver Héctor Palomino y David Trajtenberg, “El auge contemporáneo de la negociación colectiva
en Argentina” Revista Trabajo Nro. 3, MTEySS, Buenos Aires, 2007.
6
Datos de la evolución de los convenios, la Subsecretaría de Programación Técnica y Estudios laborales,
MTEySS. 6
notar, además, que el auge de prácticas no democráticas en períodos de relativa bonanza no
es sólo patrimonio de los sindicatos argentinos sino común en otros movimientos sindicales
con una tradición verticalista, boss-oriented, como México o Estados Unidos. Algunos
sociólogos sostienen que los aumentos masivos de recursos tienen más probabilidades de
terminar en disputas no institucionalizadas en organizaciones populares en las que sus
integrantes tienen menos posibilidades alternativas de asenso social y dependen de esos
recursos a todo o nada.
En suma, los viejos vicios del sindicalismo argentino no son una novedad en la
etapa inaugurada en 2003. Lo que sí es nuevo es que el modelo sindical vuelve a operar
como un canal de inclusión y mejoras sociales por primera vez desde la recuperación
democrática en gran medida gracias al contexto económico más favorable, y a la alianza
que el sindicalismo dominante de la CGT y la CTERA selló con el gobierno a partir de
2003.
Un Actor Complejo: Entender el Sindicalismo Argentino
El sindicalismo argentino es un actor complejo. Globalmente, otorga beneficios a
los trabajadores que están claramente muy por encima de la media en los países
emergentes. Globalmente también, la democracia interna se practica poco y las listas
opositoras en muchos sindicatos tienen enormes problemas para presentar una opción
nacional, especialmente en las “uniones,” mas centralizadas, que en las “federaciones”
formadas por sindicatos regionales. Hay que desterrar, sin embargo, algunos equívocos que
provienen de cierto progresismo y de la izquierda sindical respecto del movimiento obrero
argentino. El primero, es simplemente falso afirmar que en aquellos sindicatos en los cuales
no prosperan listas opositoras los dirigentes carecen de legitimidad. Muchos liderazgos
sindicales verticalistas, hasta autoritarios según ciertas convenciones, cuentan a la vez con
un gran predicamento en las bases—he ahí la complejidad del actor. El segundo, más
absurdo, es que el sindicalismo peronista tradicional, aun cuando maneje importantes
recursos financieros, no enfrenta a los capitalistas. Existen sindicatos más o menos
amarillos y sindicatos empresarios, pero la mayoría tiene que dar cuenta de al menos ciertos
beneficios a sus bases. Es más, en el seno de un mismo sindicato cuyo liderazgo tiende a
ser más pro-empresario como los casos de Comercio, la Unión Ferroviaria o los 7
trabajadores rurales de la UATRE pueden existir seccionales más combativas como la línea
Sarmiento en la UF, la seccional del Valle de Rio Negro en la UATRE, o el Sindicato de
Comercio de Rosario. El tercero es que el pluralismo sindical a nivel de planta terminaría
con todos los males. Chile es el caso más patente que muestra cómo el pluralismo sindical
excesivo simplemente atomiza a los trabajadores y los debilita.
En suma, entender que el sindicalismo argentino otorga a sus trabajadores
beneficios más altos que en casi todos los países en desarrollo, que muchos líderes
verticalistas son apreciados por sus bases porque enfrentan a los empresarios y consiguen
beneficios, y que el pluralismo sindical sin límites no es la solución, es el primer paso para
empezar a pensar las reformas que necesita el modelo sindical argentino de cara al siglo
XXI: aumentar los niveles de democratización, reconocer a la CTA como asociación
sindical de tercer grado, y sobre todo, incentivar a los sindicatos a tomar más firmemente
las demandas y cobertura del sector informal y los desocupados
.
2 comentarios:
Wow, qué nota. Por ahora lo poco que puedo agregar es que la CTA como proyecto ya tiene fecha de defunción y hay que recentrar todo el sindicalismo nuevamente. Y si a algun trosko iluminado no le gusta, que entre a pelearla, pero que no grite de afuera.
Saludos.
e gustó la nota. Los apuntes que indica para desterrar los errores de la izquierda sobre la burocracia sindical sirven para fundamentar el porqué la necesidad de una organización obrera centralizada. Algo tan simple como que unidos triunfamos desperdigamos perdemos o la remanida frase del Martín Fierro "los hermanos sean unidos / esa es ley primera / si entre hermanos se pelean / los devoran los de ajuera". Pero además de esto, aportar datos concretos, de Chile por ejemplo, es contundente. Además es bueno hacer el análisis por los opuestos: observemos que siempre la prensa del establishment habla del sindicato por empresa y no por rama, el establishment siempre atacó la unidad obrera en un sola organización y ellos no son precisamente defensores de obreros. Es cierto que la renovación no campea en el sindicalismo argentino pero eso no se resuelve al modo que quiere la ultraizquierda haciendo sindicatitos aquí y acullá, sino reconociendo el nivel de consciencia que tiene el obrero en general y en particular (es distinto el grado de consciencia politica y social de un obrero de una planta automotriz, un soldador especializado de astilleros que un recolector de papas o un zafrero o un cosechero) y a partir del reconocimiento de esa realidad obrar en consecuencia. Con los instrumentos legales existentes bregar si cabe, por la integración de listas nuevas, pero no caer en el error de la ultra de creer que denostando a los actuales dirigentes con el discurso de la derecha se beneficia a los trabajadores. El balance es positivo para el sindicalismo argentino lo que no significa que esté exento de correcciones. Pero eso, fundamentalmente, es tarea de los trabajadores.
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