Un mes atrás escribí este post comentando el casamiento de mi primo Alberto. Aquí reproduzco la carta que les envió hace unos días a los Senadores de la nación.
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Mi nombre es Alberto Fernández San Juan
Tengo 47 años, trabajo en el Estado, en la SENNAF desde hace 22 años, soy director teatral, actor, dramaturgo, profesor de francés y productor agropecuario en la provincia de Buenos Aires. Como pueden observar, una persona integrada a la sociedad desde y en varios ámbitos, diversos, y en todos los cuales soy absolutamente respetado y valorado.
También soy homosexual, desde siempre. Desde que vivía en el pequeño pueblo en que nací en la provincia de Buenos Aires, casi La Pampa. Crecí con temores y contradicciones y resolví con relativa facilidad mi elección de objeto (y de amor) gracias al acompañamiento de mi familia, una típica familia tradicional con madre católica y catequista y padre chacarero y dueño del cine del pueblo, de clase media acomodada, digamos.
Mi historia, gracias a mí, a venirme a estudiar a Buenos Aires a los dieciocho años y a mis padres, hermanos, no fue la de muchos chicos, de generaciones anteriores y posteriores a la mía, que han terminado, en ese mismo pueblo, humillados, reprimidos y convertidos en homofóbicos feroces. O viviendo una doble vida en sus viajes a otras ciudades. O locos. O muertos, varios de ellos se han suicidado, a algunos los han asesinado, por su orientación sexual, claro. Hablo de una historia que conozco bien y que todos sabemos que se replica en todos los pueblos de todas las provincias de nuestro país. No hay caserío donde no ocurra.
Yo, desde hace un mes, estoy casado legalmente.
Nos hemos casado con quien es mi pareja desde hace catorce años. Porque hemos deseado hacerlo y porque nos queremos y queremos protegernos mutuamente, en todo sentido. Porque los jueces del país están reconociendo que no es constitucional no poder casarse.
Y porque además contamos con el poder de la gente. Toda mi familia y la de mi cónyuge estuvieron con nosotros, paso a paso. Los vecinos, el barrio, amigos, conocidos, muchísimos católicos o cristianos de verdad, niños, muchísimos niños, gente mayor que nos ha emocionado con sus llamados o con su presencia. De todo el país, muchísima gente del pueblo en que me crié y de toda la región, les puedo nombrar decenas de pueblos de la provincia de Buenos Aires y de La Pampa desde donde nos han llamado. Gente de campo, gente sencilla, gente de ciudad, gente de verdad.
Ya es tarde para los que no pudieron conciliar su mundo real con su mundo familiar a lo largo de su vida, quizás en ese mismo pueblo del que hablo, y que a veces han terminado entregando su propia vida en consecuencia. No quiero que sea el caso de mis sobrinos, de los hijos de mis amigos, de los niños, niñas y jóvenes del futuro. Que puedan elegir con libertad, sin distinción, iguales ante la ley. Por eso, señores senadores, es tan importante que ustedes voten por la igualdad de la ley, haciendo respetar de una buena vez nuestra constitución nacional: Iguales ante la ley, los mismos derechos con los mismos nombres.
Creer que existe una ley natural y que regula comportamientos familiares debe ser respetado, pero pertenece al ámbito de la religión. El mundo vio morir a millones de personas o sufrir las ignominias del apartheid por sostener supremacías culturales, religiosas o raciales. Nosotros, existimos, señores senadores, nuestras familias existen y se relacionan con todos, incluso con ustedes, estamos entre ustedes, somos también parte de sus familias.
Y sus familias, como las nuestras, no tienen un modelo único, son diversas. Todos conocemos a alguien en nuestro entorno afectivo que seguramente, ha sido criado en vínculos familiares de los más diversos en contraste con el de papá y mamá. En mi propia familia hay varios casos. Mi propio padre. Yo y mis tres hermanos tenemos los seis famosos abuelos de los que hablan tanto ahora. Y mis padres eran heterosexuales Los disfrute y recibí cosas de todos. Una de esas abuelas pudo terminar lo que la otra no pudo: Criar a su hijo, mi padre. Ustedes saben bien que si el matrimonio civil se modifica para integrar otras formas de familias, no significa que la institución matrimonial vaya a disolverse.
Desde que nosotros nos casamos, para nuestros vecinos del barrio nada cambió. Lo único que cambia es que ahora tiene un nombre aquello que antes no se podía nombrar, porque no tenía un nombre. Hace un tiempo mi mecánico me dijo, incómodo: -¿Te avisó tu primo, o tu hermano, que te conseguí el repuesto?- No, mi hermano no me había dado el mensaje. Me lo había dado mi pareja, desde el 3 de Junio mi cónyuge ante la ley, Matías.
Para nosotros el casamiento fue una fiesta. Para cientos de personas que nos acompañaron también. Y la mayoría son del interior del país. Fue una fiesta para mis tíos, mis hermanos, cuñadas, mis sobrinas, mi sobrino, que aplaudían mientras mi madre bailaba conmigo el vals Yo no sé que me han hecho tus ojos, entonado por entrañables amigos.
A pesar ser pareja desde hace catorce años, hay algo que para nosotros empezó recién el 3 de Junio, en el momento en que el Estado reconoció que existimos como ciudadanos plenos, con plenos derechos. Las familias LGBT son parte de la realidad. Varios Jueces ya lo reconocieron en sus fallos, los Diputados también con su media sanción. El consenso social hacia la ley de igualdad es mucho mayor que lo que se dice. Sólo faltan ustedes.
La ley de igualdad es un paso histórico en el reconocimiento de las minorías oprimidas en todo el mundo. Es muy importante que el senado avale la media sanción de diputados y vote la ley de matrimonio. Es muy importante para toda la sociedad. Pónganle fin a esta historia de violencia, discriminación y recorte de derechos. Está en sus manos.
Sin más, los saluda atte.
Alberto Fernández San Juan
1 comentario:
muy bella carta
si no sale la ley ahora, por lo menos podemos estar orgullosxs de tener palabras para expresar lo que nos falta
hagamos fuerza de todas maneras, todavia no la tenemos adentro (!)
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