miércoles, 6 de marzo de 2013

Chávez, la democracia y el sentido de las palabras


No faltan, por abajo, los que están rebosantes de felicidad, los que celebran "la muerte de un tirano, el fin de un dictador". Gentes que por más que se refieran a un líder que hizo todo lo que hizo avalado por mayorías populares notables, están convencidas de que fue un dictador. Es que estamos en problemas con el lenguaje.   Hay muchas palabras del discurso político cuyo sentido está siendo modificado por quienes han debido soportar severas derrotas en el marco del sistema democrático. Durante casi todo el siglo pasado, las derechas continentales recurrieron a las Fuerzas Armadas para derrocar gobiernos electos democráticamente porque, según ellas, se habían apartado "del camino correcto" y en consecuencia los golpes cívico-militares se perpetraban con el "bienintencionado fin" de generar las condiciones para una democracia mejor. Nunca los golpes se comunicaron blasfemando contra la democracia, todo lo contrario.

El punto es que esta mecánica fue funcional a la interrupción constante del proceso democrático latinoamericano. Hasta que el nuevo siglo vio implosionar al neoliberalismo y sus consecuencias quedaron a la vista de todos. Ahí, la irrupción de Hugo Chávez se torna definitiva para comenzar a sentar las bases de un nuevo tiempo político.

A medida que el continente fue siendo testigo de triunfos populares, en la mayoría de los casos con guarismos exorbitantes, el laboratorio de la derecha se puso a trabajar con el sentido de las palabras. Abortada ya la posibilidad del recurso militar y con las fuerzas políticas comprometidas con lo peor del neoliberalismo cada vez más alejadas de la posibilidad de ganar una elección, el discurso de los medios que expresan a las minorías empezó a operar sobre el lenguaje, entonces, un triunfo como los de Evo Morales en Bolivia, del 60%, era relatado ya no como una reafirmación de la voluntad de cambio de las masas sino como la antesala de un proceso dictatorial. Como consecuencia de estas miradas, tan difundidas por el poderoso dispositivo mediático continental, muchas palabras empezaron a cambiar de sentido. Se ha llegado al punto de creer que un gobierno, por el solo hecho de obtener más del 50 % de los votos y disponer, como consecuencia, de una mayoría parlamentaria estará infectado por virus tiránicos. Trabajando sobre mucha desmemoria, mucha despolitización y, por qué no, bastante idiotez, se le ha hecho creer a mucha gente que la utilización de la mayoría en el Congreso colisiona con las mejores tradiciones democráticas.

Es que se está instalando la noción de que la democracia está indisolublemente ligada a un determinado estado de cosas en lo institucional y lo económico que no debe ser alterado bajo ninguna circunstancia. Por ende, aquellas fuerzas que se comprometan en su conservación y custodia serán vistas como demócratas de cabo a rabo y aquellos que pretendan modificarlo serán los nuevos herejes del presente.

La norma Iram del demócrata hoy día no la da el respeto de la voluntad popular y el funcionamiento de las instituciones sino el apego a la perpetuación del modelo instaurado entre 1976 y 2003.

La democracia, tal como la conocimos históricamente ya no es un sistema político sino el posicionamiento de las fuerzas políticas respecto al estado de cosas que dejó el neoliberalismo. De ahí que toda usufructo de las mayorías en pos de la modificación de esa maqueta será vista como un extremismo de tiranías.

Estas nociones anidan con facilidad en sectores históricamente despolitizados, acostumbrados a delegar en el entramado cívico-militar y los medios hegemónicos su preocupación en los asuntos públicos. Cuando el factor militar desaparece y la verdad mediática empieza es puesta en debate, esos sectores se ven compelidos a tomar partido en el debate político ya que las condiciones cambiaron y no hay quienes lo hagan por ellos como históricamente sucedía. Sobre esos bolsones es que orientan sus mensajes los grandes medios ligados a los intereses minoritarios y por eso es que abrazan con tanta frescura y naturalidad un vademécum  discursivo novedoso donde muchas palabras ya no significan lo que significaron históricamente.

Es una disputa novedosa, que en estos días, a propósito de la muerte de Hugo Chávez  estará en el candelero.

2 comentarios:

Ricardo Moura dijo...

La evidente y permanente distorsión del significado de las palabras, con el fin de influir sobre maneras de PENSAR y analizar las cosas, es un tema que me preocupa (vamos, que casi me obsesiona) desde hace muchos años.
Pero OJO: que esta manipulación ha funcionado y funciona de tal forma, con sutileza y repetición como herramientas para imponerla, que muchísima cantidad de gente, progre incluida, habla equivocadmente sin darse cuenta de lo que dice.
Ejemplo: hace unos días, un compañero de EDE-NE, en un mail, se refería al "aniversasrio del asesinato de Once.
¡No, pues! "asesinato" es OTRA cosa.
URGE pensar en el verdadero significado de las palabras que usamos. De ser posibleposible, ANTES de abrir la boca o aporrear teclados.

Unknown dijo...

Gran artículo, muy de acuerdo.

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