Estaba contento como hacía rato no lo estaba. Mis ganas de ir a Santa Fe y la actitud de mi familia que se dispuso a bancar un proyecto que en verdad era exclusivamente mío me puso muy feliz. Había logrado romper la rutina de ir a la costa
atlántica a cagarme de frío y aburrirme después del tercer día; había logrado
convencer a los chicos que Santa Fe era un buen
programa y que pasaríamos 4 o 5 días maravillosos y ellos accedieron.
Consulté con Raúl, que desde la ciudad de Santa Fe me tiró algunas líneas y me
sumergí en el mundo de las cabañas hasta que alquilé una entre Sauce Viejo y
Coronda. Aquél viaje de octubre a dar una charla junto a Lucas en la facultad
de Sociales me había despertado un inmenso deseo de volver a ese entramado de
Paraná y Santa Fe y ahora iba a darme el gusto de volver pero con Ceci y los
chicos, completo, lleno, entero.
El viernes estuve ansioso, como un niño. A cada rato les
hablaba de la felicidad que me embargaba. Es que tenía una alegría de esas que
con los años cada vez cuesta más sentir. Qué se yo, es como que los años van
limando la capacidad de disfrute, o al menos eso es lo que me pasa, por eso esa
felicidad me vino como caída del cielo.
Ibamos a esta cabaña como para tener algún lugar donde
afincar y si no nos gustaba, pues salíamos a buscar otra, pero había que ir con
algo asegurado. El sábado desperté a las 5 y puse con un volumen como para que escucharan
todos el CD de Rita Lee cantando temas de Los Beatles. Me encanta ese disquito
sencillo, tranqui. Preparé el mate y desperté a Ceci, al rato estábamos en la
ruta. Paramos en Ramallo y me clavé un especial de crudo y queso de puta madre,
haciéndole pito catalán a la dieta (que por cierto languidece) luego entramos a
Rosario y nos topamos con el Parque Independencia ¡qué belleza! Rodeamos la
cancha Ñuls y retomamos por una avenida ancha que nos recordaba a Libertador.
Los chicos decían “esto es Buenos Aires, loco” Y sí, se le parece en mucho,
pero es más linda aún. Para colmo, la radio avisando que el tumor que le extrajeron a Cristina era benigno ¡Fiesta! Luego pasamos por el Monumento a la Bandera y mientras Cheo
Feliciano soneaba desde el autoestéreo llegamos a la autopista que nos conduciría
a Santa Fe. Había que bajar en el Km 110, Coronda y ahí pegarle unos 16 Km por Ruta 11 hasta Desvío
Arijón, un paraje donde está la cabaña que alquilé. Llegamos, bajamos los
bolsos y nos fuimos a almorzar a un restaurant que está a unos 5 Km en Sauce Viejo. Todo
pescado, en asado y en milangas, salvo Juan que con su rostro de angustia logró
que le hicieran una de carne vacuna. Comimos en un ambiente de pueblo, Ceci
sospecha que mucho pescador. Lindo, lindo… Luego helado, regreso, pileta y
siesta. El calor, cosa seria de verdad y la cabaña confirmó nuestras sospechas
en cuanto a su precariedad, pero bueno, de última la idea es tenerla para
dormir ¿no? Si vas a estar cuatro días se supone que vas a caminar, a salir, no
a quedarte acobachado.
A la tardecita arrancamos para el lado de Santo Tomé y nos
metimos en el Río (el Coronda, que está muy bajo ¿El Coronda o el Salado?) luego nos mandamos a Santa Fe
y dimos unas vueltas hasta que regresamos a sauce Viejo a cenar a una parrilla
pegada a la ruta. Todo hermoso, todo armonía, todo un día de ensueño hasta que
al rato, se nos dio por ir a ver un hotel y estacionamos en la banquina y al
querer volver a la ruta, una moto sin luces que obviamente no pude ver por el
espejo retrovisor nos chocó destrozando buena parte del lateral izquierdo del
auto. El pibe se golpeó feo la cadera y a partir de ahí el sueño hecho trizas,
la felicidad embestida de la peor manera, el minué con la policía, la espera en
ese destacamento 13 donde ni siquiera tienen una fotocopiadora, y los chicos
destrozados, y esa carita de Juan Manuel que aún me la debo para llorarla en
algún momento cuando le dije a Ceci que se fueran a dormir porque hasta que
vinieran a buscarme para llevarme a Santa Fe a tocar el pianito y todo eso
pasarían como dos horas y ya eran las 2 de la mañana largas. La carita de Juanchito,
esos ojitos como queriendo abrazarme, esa pera para abajo, y yo sacando fuerzas
de donde no tenía nada para que mantuvieran la calma, y luego Ceci que tuvo que
manejar con los tres hijos llorando, entre otras cosas porque lo que se había
roto era “el viaje de papá”… Y yo queriendo abrazarlos y quedarme con ellos inmóvil
para siempre, porque al fin y al cabo, todo lo hago para ellos y por ellos. La
vida de los padres, en un punto es aprender a consensuar entre las alegrías
propias y las de los hijos, es como que de manera imperceptible uno va de
dejando de ser un tipo con sus cosas para estar pendiente de dónde está cada
uno, cómo le va en sus cosas, sus noviazgos, etc. Y en noches como la del sábado,
en un destacamento policial humilde, con una temperatura elevada y los ecos
lejanos del Festival del Pescador –al que tenía ganas de ir- en esos momentos
te puedo asegurar que lo único que querés es estar con tu esposa y tus hijos.
Y el domingo nos volvimos, con el auto en ese estado y el
consenso general de retornar, no quedaba otra, y así lo hicimos. A la noche
hice un pollito a la parrilla, comimos los cinco, apapachados y felices de
estar nuevamente en casa. Al fin y al cabo volvimos a una casita hermosa, con
una terraza que mis amigos pueden dar fe de su belleza, con la pelopincho que
cada día garpa más, con la parrillita y la plaza enfrente con ese espectáculo
de cada tardecita donde te quedás hipnotizado viendo las internas de las
monteras, las cotorras y algún que otro halcón que viene a chorearles algo. Uno
tiene la suerte de volver a una casa en la que le encanta vivir. Uno vuelve a
un lugar que ama pensando que estos contratiempos a veces sirven para bajar un
cambio y revalorizar ese puñado de pelusitas de las que hablaba El Sabalero que a la postre son las que le dan
sentido a la vida. Uno vuelve también a su máquina y a debatir consigo mismo si
esto debe ser contado o si debe quedar dentro de lo privado, hasta que a tres días
del fin de semana ya no puedo contenerlo y te lo estoy contando porque sí,
porque también al volver a casa vuelvo a vos, que entrás recurrentemente al
blog a ver si de vez en cuando se nos aparece una idea interesante.
Está todo bien, el costo de la reparación del auto podemos
afrontarlo y me quedó pendiente el asado con Raúl y el Payaso Barricada, así
como la llamada a Lucas sorprendiéndolo en su Localía. Pero ya llegará la
revancha: Santa Fe y todo su entorno logró, con todo lo que nos pasó, que ahora
la quiera más que antes.
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6 comentarios:
Una lástima lo que les pasó Gerardo, pero por suerte no nos hizo fama de mufas, vénganse cuando junten ganas, cuando junten plata, cuando quieran, la buena gente, los amigos, son siempre bien recibidos.
Lucas es el mufa!
relato que emociona
un abrazo y buen año compañero
Adal
abrazo gerardo!
Creo que todo tiene que ver con todo, no hay accidentes, no son casualidades, creo en la causalidad. Si no te hubieras quedado dando vueltas, buscando un lugar mejor, ese hotel que pararon para ver, seguramente todavía estabas en Santa Fe, de paseo. Cosa e´mandinga chamigo!
No desespere, maestro, ya sabe que cuando venga River al Gigante tiene una platea del lado del río, y unas bogas esperando en la parrilla del polígrafo del Barrio La República.
Eso sí, se vuelven para Bs As con 3 en la canasta...
Abrazo !
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