En noviembre del año pasado escribí dos post que valoro mucho pues trataban un tema que sigo considerando central y es la visión de Kirchner del Poder. Como en su momento me dio la impresión de que pasaron medio desapercibidos, acá los transcribo uno atrás del otro:
Kirchner y el poder
Suena feo y decirlo te expone a que te crucen de todas las formas posibles, pero hay que reconocer que uno de los aportes centrales de Néstor Kichner a la política argentina fue su visión del Poder, de cómo conquistarlo, de cómo no sólo mantenerlo sino incrementarlo y de cómo utilizarlo para fines indudablemente más beneficiosos para los sectores populares. A muchos les puede sonar horrible pero no tengo empacho en reconocer que me parece brillante su idea de que para hacer política con cierto grado de autonomía hay que tener plata porque si no te acuestan., tanto que a muchos no debidamente formados en cuestiones de política les pueda causar espanto.
Kirchner no fue un revolucionario en el sentido marxista. No aspiró a construir el socialismo. Kirchner fue el capitalista más inteligente de las últimas décadas, el tipo que vio claramente que el modelo desarrollado por los sectores dominantes no cerraba por ningún lado y que se imponía otra mirada en la cuestión de la redistribución. Por eso, por ejemplo, su decidida gestión en la vertebración de una relación con Lula y Brasil como no reconoce antecedentes en la historia de ambos países. Claro que pensar en modificar algunas cosas del capitalismo argentino es un sacrilegio y por ello fue demonizado al extremo. Kirchner sabía que para desarrollar reformas hasta si se quiere tímidas había que resistir los embates de los poderes más concentrados y por eso no cejaba en la construcción de más y más poder, para aumentar la capacidad de resistencia ante la inclemencia política que todo eso le generaba. Tuvo el tupé de intentar reformular varias aristas de la estructura socioeconómica argentina y ese intento ya de por sí le cuesta caro a cualquiera que deberá sufrir, además del ataque previsible de los sectores concentrados, el petardeo por izquierda de quienes con una mirada de máxima planteen que mucho de lo que dejó el menemismo no fue tocado.
Con Néstor Kirchner aprendí a ver la cuestión del poder de otra manera o si se quiere aprendí a verla definitivamente y eso no dejaré de agradecerlo por el resto de mis días.
Kirchner no fue un revolucionario en el sentido marxista. No aspiró a construir el socialismo. Kirchner fue el capitalista más inteligente de las últimas décadas, el tipo que vio claramente que el modelo desarrollado por los sectores dominantes no cerraba por ningún lado y que se imponía otra mirada en la cuestión de la redistribución. Por eso, por ejemplo, su decidida gestión en la vertebración de una relación con Lula y Brasil como no reconoce antecedentes en la historia de ambos países. Claro que pensar en modificar algunas cosas del capitalismo argentino es un sacrilegio y por ello fue demonizado al extremo. Kirchner sabía que para desarrollar reformas hasta si se quiere tímidas había que resistir los embates de los poderes más concentrados y por eso no cejaba en la construcción de más y más poder, para aumentar la capacidad de resistencia ante la inclemencia política que todo eso le generaba. Tuvo el tupé de intentar reformular varias aristas de la estructura socioeconómica argentina y ese intento ya de por sí le cuesta caro a cualquiera que deberá sufrir, además del ataque previsible de los sectores concentrados, el petardeo por izquierda de quienes con una mirada de máxima planteen que mucho de lo que dejó el menemismo no fue tocado.
Con Néstor Kirchner aprendí a ver la cuestión del poder de otra manera o si se quiere aprendí a verla definitivamente y eso no dejaré de agradecerlo por el resto de mis días.
Kirchner y el poder - 2 -
Corría 1985 y el sueño de muchos compañeros en aquellos años era conseguir un trabajo en el bloque de diputados para lograr así la situación que entendíamos como óptima: Militar y trabajar en la política. Lo conseguí y a fines de ese año ingresé en el bloque que por entonces tenía el PI en la legislatura de la provincia de Buenos Aires. Luego de perder el trabajo por haber jugado fuerte al Frente con Cafiero en 1987 comprendí por primera vez que en política las cosas se pagan, en mi caso lo hice con el trabajo pues el diputado del que dependía era un antifrentista furibundo. Luego retorné en 1990 ya de la mano de un compañero con el que habíamos militado en la juventud que incluso me honró nombrándome como Secretario relator de la Comisión de Medios de Comunicación Social de la cámara baja bonaerense y estuve hasta 1992, momento en que comprendí que si seguía trabajando ahí tenía destino de empleado legislativo y no me gustó, me dio pánico verme a los 60 años como un gris empleado de la maquinaria legislativa y me fui, renuncié para dedicarme a lo mío, la radio, teniendo en claro que la política era una de las cosas que más me atrae en la vida pero que la quería practicar desde otro lugar, sin la complicación que implica depender de un nombramiento y el compromiso objetivo que ello entraña en el vínculo para con quien te nombra, porque, aclaremosló: A la hora de los bifes el diputado es el diputado y el empleado es el empleado, aunque en origen ambos vengan del mismo lugar y con las mismas jinetas.
Uno de los costados más complejos de la política en nuestro país es que todos aquellos militantes de clase media que acceden a algún tipo de nombramiento comienzan a quemar años en la función pública y cuando quieren acordar ya no están en condiciones de volver a la actividad privada. Conozco a varios profesionales que nunca ejercieron su profesión por haberse dedicado a la política y eso entraña varios riesgos. Se llega a un punto en que alguien que ya pasó los treinta años lleva más de 10 trabajando en la función pública y le cuesta horrores pensar en reinsertarse en la profersión y/o actividad privada por fuera del Estado. Siempre lo ejemplifico con esos capítulos de Animal Planet donde muestran cómo, ponele, luego de rescatar a un cachorro de leopardo malherido tienen que hacer un gran esfuerzo para reinsertarlo en su hábitat y lograr que vuelva a procurarse el alimento por las suyas... Así veo el drama de mucha buena militancia que con el paso de los años termina apresada por la función pública como único recurso para vivir.
Es desde acá que dije en el post anterior que valoraba la visión de Néstor Kirchner referida a que para hacer política con algún grado de autonomía hay que tener algún respaldo económico. Esto no significa suponer que si uno quiere hacer política deba primero enriquecerse, por supuesto que hay muchas otras formas viables para desarrollar la actividad política, pero la experiencia me ha enseñado que la función pública entraña algunos de los riesgos que describí más arriba. Eso sí, al mismo tiempo es tan contradictorio todo esto que ese ejército de militancia insertada en el Estado es la que le garantiza por ejemplo al PJ y en menor medida al radicalismo contar con personal fogueado en la gestión. Cuando se busque analizar las razones del fracaso estrepitoso del macrismo en la ciudad hay que mirarlo desde este lugar, desde su absoluta carencia de una burocracia instruída en la gestión. El PJ y la UCR son las únicas fuerzas que por su peso cuentan con centenares de cuadros esparcidos en distintos ámbitos del Estado. Por eso, por ejemplo, una de las cosas que Alfonsín le negoció a Menem en el pacto de Olivos fue el tercer senador por las provincias, para garantizarse básicamente el funcionamiento del aparato partidario con la cantidad de contratos que se obtienen por cada senador.
Todos estos temas, estos debates se me ocurre que hoy los empezamos a dar a partir del testimonio transgresor que nos dejó Néstor Kirchner y creo que el mejor homenaje que se le puede hacer es abordar estos asuntos descarnadamente para encontrar respuestas superadoras.
Uno de los costados más complejos de la política en nuestro país es que todos aquellos militantes de clase media que acceden a algún tipo de nombramiento comienzan a quemar años en la función pública y cuando quieren acordar ya no están en condiciones de volver a la actividad privada. Conozco a varios profesionales que nunca ejercieron su profesión por haberse dedicado a la política y eso entraña varios riesgos. Se llega a un punto en que alguien que ya pasó los treinta años lleva más de 10 trabajando en la función pública y le cuesta horrores pensar en reinsertarse en la profersión y/o actividad privada por fuera del Estado. Siempre lo ejemplifico con esos capítulos de Animal Planet donde muestran cómo, ponele, luego de rescatar a un cachorro de leopardo malherido tienen que hacer un gran esfuerzo para reinsertarlo en su hábitat y lograr que vuelva a procurarse el alimento por las suyas... Así veo el drama de mucha buena militancia que con el paso de los años termina apresada por la función pública como único recurso para vivir.
Es desde acá que dije en el post anterior que valoraba la visión de Néstor Kirchner referida a que para hacer política con algún grado de autonomía hay que tener algún respaldo económico. Esto no significa suponer que si uno quiere hacer política deba primero enriquecerse, por supuesto que hay muchas otras formas viables para desarrollar la actividad política, pero la experiencia me ha enseñado que la función pública entraña algunos de los riesgos que describí más arriba. Eso sí, al mismo tiempo es tan contradictorio todo esto que ese ejército de militancia insertada en el Estado es la que le garantiza por ejemplo al PJ y en menor medida al radicalismo contar con personal fogueado en la gestión. Cuando se busque analizar las razones del fracaso estrepitoso del macrismo en la ciudad hay que mirarlo desde este lugar, desde su absoluta carencia de una burocracia instruída en la gestión. El PJ y la UCR son las únicas fuerzas que por su peso cuentan con centenares de cuadros esparcidos en distintos ámbitos del Estado. Por eso, por ejemplo, una de las cosas que Alfonsín le negoció a Menem en el pacto de Olivos fue el tercer senador por las provincias, para garantizarse básicamente el funcionamiento del aparato partidario con la cantidad de contratos que se obtienen por cada senador.
Todos estos temas, estos debates se me ocurre que hoy los empezamos a dar a partir del testimonio transgresor que nos dejó Néstor Kirchner y creo que el mejor homenaje que se le puede hacer es abordar estos asuntos descarnadamente para encontrar respuestas superadoras.
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