Chau Milagritos

Fue emocionante el final de la emisión de ayer de "La vereda tropical". Sobre la voz inolvidable de Eydie Gormé pasaron mensajes muy sentidos de los oyentes hablándole a Milagritos y luego del último sonó esa parte de la canción que dice:

porque se fue
tu le dejaste en vereda tropical
hasta volve mi
quiero besar su boca otra vez
junto al mar

En ese mismísimo instante caí en la cuenta de que Milagritos no está más. Y eso que leí un muy buen post en La Bloguera al respecto.
Pero tuvo que llegar el sábado, tuve que estar en el auto como casi siempre me pasa a esa hora y hube de caer como siempre con ella para sentir mientras esperada el verde del semáforo que ya no estará más, que pocas veces un personaje se torna tan entrañable como esa viejita cubana.
Recordé aquel sábado de junio de 2000 cuando por una mediación de José Luis Sorsi, por entonces productor de Betty Elizalde, caí un sábado a la tarde en Radio Del Plata para hacer junto a Fernando la emisión de ese día del programa. Resulta que él estaba enfermo y salió por teléfono desde su casa y yo desde el estudio porque había muerto Tito Puente y José Luis le había comentado que yo tenái mucha data del timbalero y La Lupe, una cantante cubana que a él le gustaba mucho.
A partir de ahí fueron unos tres o cuatro sábados más que nos vimos la radio. Recién a la semana lo conocí personalmente y compartí en vivo la maravilla creativa de Peña. Llegaba con un bolso lleno de compacts y así desprolija e improvisadamente le iba suministrando tema por tema al operador.
En esa época, al menos, La vereda Tropical era un espacio de disfrute muy especial para él y era notable cómo lograba en un instante lo más difícil que existe en la radio, que es crear un clima. Milagritos creaba un clima único, un tiempo, un momento irrepetible donde todos nos sumergíamos cómplices hasta llegar a olvidar que eso no era verdad y que lo que estábamos escuchando era una mera invención de un gran actor con un transmisor de radio incrustado en el alma.
Caía la noche del sábado y me dieron ganas de llorar.
Esa vieja depredadora de Boleros, como sarcásticamente la denominaban algunos amigotes que tengo por ahí, se me estaba escurriendo entre las manos, se me estaba yendo para siempre y lo peor es que no había lugar para ir a velarla o despedirla. Porque hasta podríamos poner en duda si estaba dentro de Peña.