Longobardi es poesía pura. Dice que el
kirchnerismo dejó el campo minado y que el gradualisno fue caminar
sigilosamente para no pisar las minas, hasta que alguien pisó una y explotó
todo. A dos años y medio el discurso oficial sostiene que la culpa sigue siendo
del gobierno anterior. En rigor, muchos indicadores estarían demostrando que el
discurso de "la herencia recibida" ya está expirando, pero no
finiquitado definitivamente. Las usinas cambiemitas siguen rasqueteando el pote
del odio anticristinista que crearon y les posibilitó triunfar dos veces
consecutivas y si lo siguen haciendo debe ser porque algo debe quedar, salvo
que supongamos que son irremediablemente torpes. También los ayuda cierto deseo
desde sectores del cristinismo para los que, más tarde o más temprano, todo el
espectro opositor deberá marchar al pie de Cristina y encolumnarse tras ella o
quienes ella designe.
Este
juego de pinzas entre esa imagen del campo minado y el cristinismo obcecado
constituye la fórmula que termina favoreciendo al macrismo, por eso se impone
romperla en mil pedazos pero sabiendo que no será nada fácil porque tampoco
aparece en el horizonte una dirigencia y un pensamiento superador. De mi parte
me conformo con tender puentes, reconociendo que nadie en el peronismo tiene la
precisa y que por ende todos tienen fragmentos positivos que habrá que
recolectar como forma de construcción de algo superador. Mi modelo sigue siendo
el de Néstor Kirchner cuando armó una coalición donde no todos pensaban igual
pero donde había una serie de puntos básicos que posibilitaron su construcción.
Mientras no se entienda que en política hay que sumar más que el otro para
ganar y se siga puteando a Pichetto, Bossio y cía sin reparar en que jamás
podrían haber llegado adonde llegaron sin la bendición de la presidencia se
seguirán trasuntando vías muertas que por supuesto no conducen a ningún lado.
A este
armado habrá sí que sumar a la economía popular que representa a un tercio de
la población argentina.
El
desafío político e ideológico de estos días es colonizar ese espacio que media
entre Cambiemos y el cristinismo. Ahí,
en ese lugar es donde puede construirse la alternativa política que se requiere
para derrotar a Cambiemos y también a ciertas brigadas de la nostalgia por un
tiempo que ya pasó y no volverá. Tal construcción por supuesto es harto
compleja pero aparece como la única probable si es que lo que se desea
verdaderamente es triunfar y lo digo porque puede suceder que haya quienes se
conformen con mantener cierta pureza porque si así incluso logran capturar un
tercio del electorado se dan por satisfechos. De lo que se trata es de
construir el 50 más uno en la sociedad, donde están esos votos que así como se
convocaron en 2011 en torno a la candidatura de Cristina Fernández, velozmente
se fueron esparciendo cada vez más y más, hasta llegar al tercio, al núcleo
duro. De ahí es que si tengo que sentarme a conversar con Pichetto, con
Larroque. con Massa, con Solá, con Urtubey, con Mayra Mendoza, con Máximo
Kirchner o con Bossio, lo hago sin el más mínimo sentimiento de culpa porque
sólo se construye unidad para la mayoría sentándose con todos los que alguna
vez estuvieron juntos.
¿Seremos
capaces?
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